A la hora de encarar un proyecto de traducción, el traductor no sólo se ocupa de que el significado de una frase en un idioma pase a otro idioma de forma correcta según sus conocimientos y su campo de experiencia. También, y más que nada, en cada proyecto el traductor toma decisiones de lo que podría llamarse el orden estético y contextual.
Me explico: como sabemos, hay varias formas de traducir correctamente un mismo texto. La cantidad de opciones es menor en los temas técnicos o legales, pero se dispara ferozmente para aquellos tópicos más “blandos” como, por ejemplo, las piezas de marketing o los relatos generales.
El traductor no toma estas decisiones de manera totalmente caprichosa: para hacerlo se basa en las especificaciones que hizo el cliente al encargar el trabajo, las características del receptor del mensaje (con parámetros de localización y otros de edad, nivel socioeconómico, nivel de estudios, etc.), en el texto en sí mismo y en su propia experiencia general con esa clase de material, que puede ser como traductor o como consumidor.
Es decir, hay varias traducciones para un texto y el traductor elige (tiene que elegir) UNA. Esa decisión es importante porque va a determinar cómo suena o qué sabor tiene un sitio web, un folleto, un reporte o una carta.
La opinión del cliente
Algunos clientes tienen por costumbre pasar el material traducido a “alguien que hable el idioma de llegada” (las comillas están para indicar que ese alguien es a veces un experto en la materia u otra agencia, pero la mayoría de las veces se trata de una persona que tomó algún curso del idioma, que lo hablaba de pequeña pero que hace años no lo practica, o cuyos padres son nativos pero en realidad no puede conjugar un verbo correctamente). En cualquiera de los casos, algunos clientes suelen volver al traductor solicitando cambios que denominamos “de preferencia”, como “prefiero que llamemos ‘parques’ a los jardines del hotel” o “mejor digamos ‘danzar’ en vez de ‘bailar’ “. También están los que dicen “me parece que va a quedar mejor si usamos los verbos en futuro y no en presente”.
¿La traducción podría haber sido diferente? Claro, siempre, pero recordemos que el traductor tuvo que tomar UNA decisión de estilo y sostenerla a lo largo del texto.
¿Pueden hacerse los cambios? Por supuesto, sin son correctos.
El punto está en que algunos clientes toman este paso como parte del trabajo ya pagado, cuando en realidad no se trata de errores de traducción sino preferencias, y el traductor tendrá que invertir su tiempo en algo que no está mal hecho.
Aquí, una cosa es una palabra que se puede buscar y reemplazar, y otra es un tiempo verbal, para lo que habrá que modificar todo el texto.
¿Es lícito que el cliente solicite estos cambios al traductor? Sí, y hasta lógico, ya que nadie está más profundamente familiarizado con ese texto en ese idioma. Pero el cliente tiene que saber que serán horas de trabajo, y que debe pagar por esas horas de trabajo.
Las excepciones
Algunos clientes, que ya pasaron por este proceso o que tienen experiencia en contratar traducciones, expresan sus preferencias (si las tienen) de antemano, antes que comience el proceso de traducción. Éstas pueden llegar en el texto de un correo electrónico, o bien en forma de glosario más o menos exhaustivo, y que resume el “cada vez que aparezca la palabra X, quiero que le digamos Y”.
En estos casos, el traductor ya tiene las preferencias del cliente en la ecuación a la hora de tomar sus decisiones de estilo. Y, por supuesto, el cliente no deberá pagar si el traductor no las siguió al pie de la letra y tiene que volver a revisar su trabajo.
Es por ello que conviene volver a encargar trabajos a una agencia con la cual uno “se entendió”. Son como esos restaurantes a los que se va con frecuencia, y cuando uno entra el mozo le dice “¿Lo de siempre?”
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