¿Cuál es el estado de situación de la traducción literaria en Latinoamérica? Un grupo de reconocidos traductores reflexiona a partir de sus experiencias en un libro revelador.
POR HECTOR PAVON
Cómo llevar el frío que denotan las lenguas escandinavas a la calidez que encierra el español de Latinoamérica? ¿Cómo trasladar la musicalidad de los versos orientales a la de nuestra lengua? ¿Cómo traducir, contra viento y marea, en el contexto latinoamericano, sin perder la esencia ni la magia de origen y además, sobrevivir económicamente en el intento? Alguna respuesta debería surgir de la reflexión en torno de la traducción literaria. Una cuestión que llevó a buscar atajos para seguir difundiendo el panorama de las letras mundiales pero en lengua castellana.
El mapa de la traducción literaria regional presenta diversas espesuras, voces y matices. Hay problemáticas de las más variadas que a veces acercan y a veces alejan a las comunidades profesionales de cada país. La traducción es una actividad donde “pocas veces se pone la lupa”, sostiene Gabriela Adamo compiladora del volumen La traducción literaria en América Latina (Paidós/Typa) y directora de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Y agrega: “Es uno de estos trabajos que cuando están bien hechos no se ven o son transparentes. Y al contrario, hay tanto para ver ahí, te dice tanto de una cultura el lugar del traductor, la forma en la que trabaja, en la que se le encargan los trabajos, en que se le paga, en que se lo reconoce públicamente”.
En definitiva, “eso habla muchísimo de una cultura, de la forma en la que circulan los libros de un lado al otro, de saber por qué leemos lo que leemos en un país”. Esto refiere a un panorama donde la traducción literaria se vuelve un misterioso trabajo fino y exigido.
Adamo presenta en el libro diferentes estados de situación de la traducción literaria en el continente. A través de la fundación Typa se abrió una convocatoria para contactar a traductores investigadores y conocer los temas en los que estaban trabajando y que pudieran realizar un relevamiento de la traducción en cada país. Es un trabajo más empírico que teórico. “Y ahí nos topamos con la primera dificultad – aunque no fue una sorpresa –, que fue constatar que los traductores trabajan muy aislados”, explica Adamo.
El libro aborda casos puntuales de la escena latinoamericana. Anna Gargatagli, en su artículo “Escenas de la traducción en la Argentina”, expresa que siempre se ha sostenido que las traducciones realizadas por el grupo Sur han sido las mejores. Lo sorprendente no es la calidad – subraya la autora – sino que se trata de las primeras traducciones argentinas. Sostiene Gargatagli que esas versiones no sobrevivieron por su calidad o porque la revista Sur las difundiera masivamente sino porque se supone que estaban haciendo algo que no se había hecho antes. Lo que se leía en castellano en nuestro país a lo largo del siglo XIX y principios del XX llegaba desde las editoriales que publicaban en nuestro idioma ubicadas en París, Londres, Leipzig, Berlín o Nueva York. Se importaba porque no había imprentas ni industria que pudiera sostener la demanda de libros incipiente pero creciente. Sobre el español al que se vertía “se trataba de una lengua que no pretendía ocultar que se estaba leyendo una traducción, perfectamente comprensible en cualquier lugar, agradable y, desde luego, sin énfasis nacionales. El carácter intemporal y fronterizo de aquel idioma está íntimamente vinculado a su origen: los traductores eran ilustrados españoles exiliados, frecuentemente furiosos con su país, y latinoamericanos que vivían entonces en Europa”. Ya hacia 1930 el universo de lectores se había diversificado y la industria editorial era autosuficiente y tenía la capacidad de atender demandas que iban desde la más alta cultura hasta la mecánica popular.
La Argentina se transformó en un centro regional de la traducción donde se publicaba toda la literatura relevante del siglo XX: poesía, narrativa, teatro, novela policial clásica, género negro, ciencia ficción. Sin embargo, ese fulgor iba a desaparecer con la última dictadura militar. Explica Gargatagli que a partir de 1976 se trasladaron a España catálogos enteros de las empresas argentinas que iban desapareciendo y “las traducciones nacionales pasaron a ser un inmenso borrador que podía corregirse, plagiarse, editarse, peninsulalizarse y enviarse otra vez a la Argentina, tal como sucedió en los últimos años cuando se llegó al extremo de hacer listas de palabras que los traductores argentinos contratados por la industria peninsular no podían utilizar, o cuando correctores españoles siguieron desargentinizando versiones argentinas que se vendían después en la Argentina”.
Mapas y territorios
El presente encuentra una situación que, sin ser ideal, moviliza el mercado editorial que generó un amplio número de editoriales independientes, diversas actividades y áreas de la traducción literaria entre las que se encuentran la creación del Club de Traductores Literarios, un espacio dentro del Museo del Libro y de la Lengua, al igual que numerosos foros de discusión virtuales y tangibles donde dialogan los profesionales de las letras y las lenguas. Al mismo tiempo se segmentó e incrementó la traducción en poesía, teatro y narrativa en general.
El libro compilado por Adamo también observa otras circunstancias de la traducción en la región. Muchas veces se conjuga el lamento por las épocas de oro de las traducciones con presentes no siempre ideales.
Armando Roa Vidal señala en su artículo “Traduciendo poesía desde Chile”, que su país ha sido un territorio de grandes voces poéticas a partir del siglo XX y donde la traducción literaria, especialmente la poesía, “si bien ha sido parte del trabajo formativo de nuestros poetas más insignes, no ha tenido, hasta hoy, el eco y el apoyo que realmente se merece de parte de editoriales, universidades y de los organismos estatales vinculados a becas y fondos de creación”. El autor señala que esto se debe al lugar que se le asigna al trabajo del traductor como “derivativo, secundario, de tono menor, desentendiéndose de lo que ha sido una fecunda tradición”.
Roa Vidal dice que la traducción es un juego especular, mancomunado. “Al traducir se dialoga y lo que queda en la hoja de papel es eso: el testimonio de un encuentro. No hay recetas ni fórmulas preconcebidas; sólo una cierta voluntad estética para hacer de ese diálogo algo querible, cálido y, por lo tanto, natural y cercano. Al decir esto me refiero a no forzar un lenguaje en pro de un falso concepto de fidelidad. He leído traducciones que se dicen fieles a la letra pero que son aberrantes desde un punto de vista estilístico, sintáctico, fonético y prosódico”.
Finalmente, el especialista chileno concluye que el desafío esencial pendiente es instaurar una cultura de la traducción literaria como desafío creativo, algo que no está instalado en Chile como sí lo está en países como la Argentina o Brasil. Se vive una paradoja: existe una tradición en buena traducción en Chile que hoy no se continúa, según Roa Vial. Y da un ejemplo llamativo. El primer traductor del anglosajón en Latinoamérica, antes que Borges, fue el profesor normalista Orestes Vera que tradujo el clásico Beowulf . El trabajo fue editado en España, muy leído y consultado largamente en Europa, y, sin embargo, el nombre del traductor es ignorado en Chile.
En Colombia la realidad parece ser distinta. Viene de una tradición prolífica desde los tiempos de la colonia. Según Martha Pulido y María Victoria Tipiani en el trabajo “La práctica de la traducción literaria en Colombia desde la década de los noventa hasta hoy”, en la actualidad se traduce desde todas las lenguas occidentales, de forma indirecta de lenguas menos cercanas al español, y ha comenzado un interés propio por traducir e indagar en las lenguas indígenas.
Las autoras señalan que la traducción ocupa espacios de importancia en los ámbitos profesionales, institucionales y de creación artística y en la gran cantidad de festivales de poesía y narrativa que movilizan los motores de la traducción.
En “La literatura y sus fronteras”, Florencia Garramuño comienza con una interesante y provocativa calificación de la situación: “La traducción literaria se ha instalado como un problema en la agenda cultural y académica de un modo novedoso desde hace algunos años”. Y puntualiza: “Lo que hoy está en discusión en la traducción es algo que parece bastante diferente a las preocupaciones lingüísticas o filológicas que inquietaron a los humanistas del pasado. Digamos rápidamente que se trata de un cambio, por lo pronto, en transformación y al que estamos asistiendo desde, por lo menos, una década atrás”. El texto de Garramuño aborda la cuestión del ida y vuelta entre las lenguas española y brasileña.
Y no casualmente la autora de este artículo trae a cuento otra problemática que atraviesa el mundo de la traducción literaria regional: ¿A qué español o castellano se traduce? Si se comparan traducciones hechas en España con las realizadas en la Argentina se sabe cuál es la respuesta. Y de aquí surge otra pregunta: “¿Cómo traducir el argentino sin que el texto parezca escrito en argentino? O queremos que se lea como si hubiera sido escrito en argentino?” y responde: “Creo que la traducción debería ser la construcción de un lenguaje comprensible que, sin ripios ni incorrecciones, no debería, sin embargo, borrar la diferencia entre el texto a traducir y sus lectores en la nueva lengua, debería ser más bien, la búsqueda que el texto en la otra lengua trae”.
En el bello artículo de Anna Kazumi Stahl titulado “Lecturas posibles del Japón”, la escritora se refiere a la recepción que ha tenido la literatura japonesa tanto en sus primeras traducciones vertidas desde el inglés o el francés. Esos libros japoneses, luego llegaron desde España trasladados al español castizo y finalmente se inauguró la etapa de la traducción local y el ejemplo más definido es el de la compleja Una novela real de Minae Mizumura traducido por la argentina Mónica Kogiso. “La literatura japonesa en traducción tiene una buena presencia en América Latina, con notorio crecimiento en los últimos años”, dice Kazumi Stahl.
El paisaje promete más y mejores obras traducidas a nuestro español. Concluye Florencia Garramuño: “La traducción puede ser un instrumento para la comunicación de singularidades, la oposición a la ola homogeneizadora de la globalización, la búsqueda de una nueva epistemología; un instrumento débilmente utópico sobre el cual puede basarse una crítica cultural y económica de la globalización”.
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